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Me contaba el día de hoy, un hombre ya de cierta edad, a quien encontré en el malecón del Puerto de Veracruz, apoyado en uno de esos postes que utilizan los pescadores  para amarrar sus lanchas, una historia que me puso a pensar, inevitablemente; en mi propia vida.

Según dice, el tuvo la suerte de salvar la vida, cuando era más inminente que la perdiera, había zarpado hacia altamar sin revisar la condición de su pequeña nave, casi nunca se había ocupado de cuidar su integridad física; y poco o nada le importaba su salud.

Pero ese día se encontró de pronto con que le quedaba muy poco combustible, el radio no servía, no tenía casi agua potable y mucho menos la despensa bien abastecida, y para colmo en el horizonte tenia a la vista una tormenta; que venía justamente en su dirección.

Para su fortuna, era un hombre tan estoico como descuidado, afortunadamente su cuerpo tuvo una inexplicable resistencia a todo lo que sufrió: sed, hambre, miedo, cansancio, ira, fracaso, sueño, desesperación, ya casi se rendía y de pronto; la tormenta terminó.

Esto le pasó cuando era joven, y desde entonces regresa al mismo lugar todos los días en la mañana, lo vuelve todo a recordar con lujo de detalle, cuando ya está tranquilo esboza una sonrisa, exhala un suspiro, se va tranquilo, sereno, reconfortado; a enfrentar con valor su vida