Ella era toda una señora y muy sobria, presencia adusta, porte soberbio, y la mirada llena de vitalidad, expresiva, inteligente, ¡pero serena!
Nada más y nada menos que la hija mayor de mi Abuelo Paterno, la primera de esa gran dinastía, o al menos eso es lo que yo entiendo; pero lo que sí, ¡era inolvidable!
Me tomó muchos años y muchas experiencias vividas para poder reconocerle todas sus cualidades, muchísimas cualidades, ¡era muy fuerte!
Le tocó enfrentar al lado de mi Abuelo Paterno las vicisitudes de esa “Guerra Cristera” allá por los tardíos 20’s del siglo pasado, en México, desde luego.
Una guerra que sea de paso dicho, nunca me enseñaron nada de ella en la escuela, tal vez se halla debido a que los libros de texto los publicaba el gobierno.
Pero volviendo a cuando yo la conocí, mi memoria apenas me ubica cuando perdió a su esposo, al tiempo a dos de sus hijos por causas de esas que pudieron haberse resuelto de otra manera, pero no pudo lograrlo; aún cuando bien que lo estuvo tratando.
Por la razón que sea, tuvo que cuidar a mi abuelita en su vejez, y ¡vaya que la familia es longeva!, ella nos dejo cuando andaba ya cumpliendo casi los 100 años; su hermana había muerto de 104.
Se encargó de dejar a su única hija y al menor de sus hijos en una situación aceptable antes de partir, y hasta un primo de mi tía, que no tuvo nunca pareja, un hombre retraído y fracasado, recibió un lugar, un taco y una cobija en la casa de mi tía hasta que dejó de existir.
Y a mí mi tía cuando yo era niño me parecía como que era muy enojona, de carácter agrio, no era gratuita la imagen que había creado, ¡fue mucho lo que le tocó sufrir!
Es lamentable que para entender a las personas tengamos a veces que vivir experiencias similares a las que ellas tuvieron que vivir.
Vaya un cariñoso saludo lleno de admiración para mi tía y que Dios la tenga en su santísimo seno.